Sombras (Madrid Cyberpunk)



(Un pequeño homenaje a William Gibson que surgió el jueves por la noche después de salir de clase. Hay noches y lugares en Madrid que son increíbles. No digo que es ficción y que realidad...)



Gruesas gotas eclosionan contra el oscuro asfalto formando charcos petroleados. Negros pozos de adivinación urbana reflejando destellos policromados en diminutas y flotantes vetas aceitosas. Salir de clase tan cercana la media noche es una invitación para recibir determinadas llamadas telefónicas que generan encuentros entre neón reflectante y chisporroteos de estática ámbar y azul desteñido. Mientras camino y fluctúo en una secuencia repasa-asimila-olvida la última clase de foto nocturna, la enfermiza llovizna amarillenta sigue empapando con su húmedo velo grisáceas y ruinosas cornisas de las que continúan desprendiéndose suicidas gotas, metafóricas hijas de la ligereza humana. Una suma de indeterminados minutos formando su existencia hasta que cobran conciencia de su yo. Solucionan el error arrojándose al vacío, acelerando el proceso de desaparición que finaliza en un violento silencio. Madrid, Night City en la que hasta la lluvia desaparece sin darse importancia. El ciclo vida muerte es continuo. Mientras los restos del cadáver múltiple escapan camino del vacío por las rejillas abotargadas de sumideros y alcantarillas tan saturadas que vomitarán miasma antes de que finalice la noche, un liquido oscuro, preñado con destellos de los faros de algún solitario vehículo perdido en las calles, una pareja se cruza conmigo besándose mentiras camino del motel media-hora-máximo más cercano. Él encadenado a su cintura, ella a su interminable bolsita de plástico transparente.

Cerca del local un viejo mendigo aprovecha el suplicio ambarino de una malograda farola leyendo un periódico entre penumbras bajo un parapeto de plástico ondulado. Me da tiempo a ver los mismos titulares políticos sobre guerras y terrorismo de cada día, enmarcados entre decadentes fotos granuladas medio desteñidas por la lluvia. Todo sigue igual. Nos dan a leer visionarios folletines llenos de desgracias empaquetadas con que vaciarnos la mente en un liquido pastoso y caliente. Como siempre el agónico zumbido eléctrico del cartél medio fundido me da la bienvenida. El ritual continua embebido en el quejido metálico de mis pasos subiendo la oxidada escalera empotrada a la pared. Está tan húmeda y sucia que la trama de protuberancias antideslizantes de los peldaños olvida hacer su trabajo. Algunas soldaduras han saltado redefiniéndose en esquirlas y cúmulos de bordes agudos, reivindicando su nueva naturaleza con cada tajo en la ropa y la piel. Antes de llegar al rellano y abrir la puerta desaparezco en las sombras. Durante apenas un segundo una fina uña azulada rasga la oscura mortaja, la puerta se cierra detrás de mí dejando de nuevo a la oscuridad engullir los restos de humo de tabaco y el eco del Serpentskirt de Cocteau Twins que escaparon. Una tenue luz envuelve el local fluctuando en patrones programados de azules, rojos, verdes y anaranjados lechosos bajo el acumulado filtro grisáceo de horas de humo de cigarrillos. El lugar parece casi vacío, pero no es así. Si te fijas, podrás observar el latido de las sombras. William Gibson anunció en los ochenta como sería el futuro, una decadencia de cromo, Yakuza, megacorporaciones y la red de datos como escenario de neuroimplantes e interconexiones corporales entre piratas, almacenadores y ladrones de datos al límite. No se equivocó, excepto en lo último...

Mientras Sara sonríe desde la barra y me prepara una cerveza para después, paso las manos junto a la pared y siento el latigazo. La conexión comienza con un pequeño y brusco acelerón que se estabiliza tras un par de segundos, alguien está dejando residuos de odio, son malos tiempos, pero apenas tengo oportunidad de pensar en ello. Poco a poco la oscuridad me invade sobre un vacío anaranjado y comienzo a fundirme con las sombras mientras una invisible sonrisa se dibuja en mi cara.

Podría ser peor, podría ser perfecto.

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