Quijotes sin montura


“Y los hombres, con los cigarrillos en sus rectilíneas bocas, cogieron la máquina y el tubo, su caja de melancolía líquida y traspasaron la puerta”


”No lo sueltes. No dejes que un torrente de melancolía y filosofía lóbrega invada el universo”


- Farenheit 451. Ray Bradbury


En los tiempos de instituto, en ese memorable Juan de la Cierva de hace más de una década, cuando compartíamos edificio, manifestaciones, encierros estudiantiles (la mejor forma de aprender a fabricar cócteles molotov sin mecha o bloquear una autovía o la Ronda de Valencia en 5 minutos para jugar un partido de fútbol frente a las “lecheras” y bajo los helicópteros de la Policía) y cafetería con la Escuela de Ingeniería, donde pasábamos más tiempo en las calderas y en la A.C. 2001 entre dados y fichas de rol que en un aula, caminando perdidos tras la sombra del minutero, suicidas en el borde de la aguja hasta escurrirte por su punta, hora tras hora, clase tras clase, día tras día. En esos años disolutos nos escapábamos a unos recreativos de doble planta (desde hace muchos años convertido en una oficina bancaria…) que había en la Glorieta de Embajadores, siniestros, sacados de una película del peor Brooklyn. Un local siempre vacío, con un encantador sabor a rancio y viejo antro que ha visto pasar a generaciones y generaciones de estudiantes huidos sin modificar la decoración con que fue inaugurado, regentado por un hombre que rondaría los sesenta y al que solo acudíamos unos pocos raros que pasábamos de los futbolines de la competencia al otro lado de la calle. La primera planta apenas tenía seis máquinas electrónicas con una media de tres años de retraso con respecto a las últimas novedades, aunque ese era un aliciente, poder jugar a tus máquinas favoritas (cuando funcionaban) que ya no encontrabas en ningún otro sitio. Pero lo importante estaba arriba… subir las escaleras mientras el dueño encendía las luces desde su cabina te permitía ver como iba naciendo otro mundo en aquel lugar imposible, detenido en el tiempo que tanto derrochábamos. Allí, bajo tubos fluorescentes sucios y fundidos, pasábamos las horas repartidos en tres mesas de pool (billar americano) hasta bien entrado el comienzo de la tarde.

Era allí donde en ocasiones nos encontrábamos con un Quijote sin montura. Un viejo y bendito loco que nos enseñaba como unas manos torcidas como raíces eran capaces de sacar magia de un palo barnizado y unas bolas desgastadas rodando por un sucio tapete. A veces esa luminosa locura le hacía, como al bueno de don Alonso Quijano, vociferar taco en mano cual lanza de caballero, alguna verdad poderosa pero estéril, como un puño beligerante roto por la artrosis y los inviernos en la calle. Palabras perdidas entre los ruidos del tráfico y la verdadera locura de la ciudad, la indiferencia. Todo iría mejor si más Quijotes poblaseis esta tierra, viejo.

A veces se marchaba antes que nosotros y yo me quedaba en los amplios y polvorientos ventanales que dominaban la planta superior mirando como se alejaba por la calle, con su melancolía liquida sin extraer (no tuvo la “suerte” de Mildred), nunca supe a donde. Con la sensación de que, quizá, esa sería la última vez que le veríamos y preguntándome, casi con rabia, donde habría perdido a su fiel Rocinante. Queriendo gritar como en la cancion "El viejo" de Asfalto:

"Quiero que sepan quién fuiste, viejo, antes de que tú te mueras.
Quiero que te den la mano todos los que te han ignorado.
Quiero que sepan quién fuiste, viejo.
Viejo llévate el mejor recuerdo, viejo"


Esta fotografía y este recuerdo se lo dedico a un@s loc@s quijotescos de la fotografía que me brindaron un cojonudo día en la ciudad que vio nacer a Cervantes, Alcalá de Henares. Un día lleno de fotos, risas y cervezas. Que más se puede pedir. En riguroso orden alfabético, Gala, Guu, Melian, Quiqueman, Seni, Txago, los miembros más locos del grupo Locura/Crazy de Flickr, lo cual ya es decir. Que peligro tienen.
La foto la tomé junto a la puerta de la casa de Cervantes. Cerca del umbral están las estatuas de Don Quijote y Sancho. Y como siempre se habían olvidado de poner también a Rocinante. Lo siento por el Hidalgo y su escudero, pero yo siempre he sentido una predilección, una ternura especial, por el pobre animal y su bestial fidelidad sin locura que le llevaba a sufrir tantos palos como los recibidos por Don Quijote. Y no sé porqué casi siempre lo dejan en un segundo plano. Por suerte Asfalto, hace ya tantos años, le compusieron una preciosa canción, quizá ellos tenían esa misma sensación:

ROCINANTE


Atravesé, la eternidad
y descubrí, tras de una nube alguien
un caballo con alas se acerca a mí


¿quién eres tú?
¿qué haces aquí?
has de saber que yo soy Rocinante,
vivo alejado, el coche me desplazó.


Don Quijote me abandonó
cambió su lanza por un tractor, harto ya.


Pobre Hidalgo, cómo luchó
quiso cambiar el mundo con sus sueños
no comprendieron, se rieron de él.


Dulcinea le convenció,
con Sancho Panza montaron un negocio
una tienda de accesorios para el tractor.


Don Quijote me abandonó
cambió su lanza por un tractor, harto ya.


Hiciste bien en quedarte aquí
en este valle de paz
todas las cosas que allí ya no están, acompañan tu soledad
todo lo bello lo he visto aquí, no necesitas más.


Tal vez quieras venir conmigo
en este viaje infinito
vente conmigo, buen Rocinante a descubrir lo eterno
bate tus alas al viento, iré contigo
más allá.




- Asfalto

Hay que mantenerse en pie, aun con la lanza desgajada en continuas luchas contra nuestros gigantes imaginarios.

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